Valentín Elizalde.
Cantante malísi... digo, mediano (sería llamado un desconsiderado y maldito si hablo mal de una persona ya muerta), dedicado a lo que en México llaman “Música Grupera”, composiciones en ritmos folklóricos y populares, concretamente, de bandas pueblerinas y regionales. Muchas de ellas dedicadas a la mujer, la mayoría, para ponerlas como las malditas perjuras, y el resto, para presumir la hombría de tener dos o más de ellas “por que Dios las puso en mi camino”. Pero también, dedicadas muchas de ellas, a narcotraficantes, poderosos señores que pagan jugosas sumas a cambio de una composición que los enaltezca.
En ese mundo vivió este cantante, en donde el narcotráfico sienta sus reales, y en ese mundo murió. Sin embargo, nadie acepta que esa haya sido la causa de su ejecución, aún cuando al mismo tiempo, lo saben y lo admiran, por que en este país, el narco es el antihéroe, el verdadero paladín del pueblo al que le da lo que sobra (dinero) y es capaz de enfrentarse cara a cara con el gobierno corrupto y maldito.
Para sus seguidores y para quienes conocen de este mundillo, Valentín era una “persona muy buena, sencilla, alegre, honesta, que trabajaba mucho, tenía un gran talento, era un gran cantante” e incluso un colega llega a comparar el fenómeno de su muerte y el dolor de sus seguidores con algo que no se había visto desde Pedro Infante.
Valentín Elizalde era un no muy buen cantante. Sus composiciones eran cursis, es decir, pretendían ser elegantes pero terminan siendo ridículas. Por la forma en que murió, lleva a considerar que estuvo involucrado en una actividad condenable e ilícita. Sin embargo era querido. Adorado. Idolatrado.
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