El cuento fue que una tarde se me ocurrió ir a ver
una película que había batido récord en Cali, La ley del Monte, un melodramón
mexicano -en esta ciudad una película duraba 2-3 semanas, y esta llevaba 6
meses; después me enteré que en Medellín duró un año-. La ley del Monte era un
fenómeno sociológico, no un fenómeno cinematográfico, así que me encontré con un
Teatro México en el centro viejo de Cali, lleno de hombres a las 6 de la tarde
un jueves y cuando, unos compañeros y yo empezamos a reírnos a carcajadas porque
aquello no tenía ni pies ni cabeza -era la historia de un muchacho que se va a
la Revolución Mexicana porque lo deja la novia-, unos hombres se levantaron, nos
agarraron del hombro y nos dijeron: “o se callan o los sacamos, palabra de
honor”. Desde ese momento yo me escurrí en el asiento, ya no miré a la pantalla,
mire a la gente, y cuando veía a estos hombres llorando de emoción, yo me
pregunté “¿qué pasa aquí?”, o sea, “¿qué ven ellos que yo no veo?”O yo me
declaro retrasado mental y es todo, o tengo que aceptar que los indígenas, esos
que estudian los marinoskys y familia no están en las islas, están en la mitad
de Cali.
Posteriormente pasaré a exponer mis escalofríos epistemológicos.
¿Y cuál es el suyo?
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