Es un hecho que después de la película El secreto de la montaña, de Ang Lee, la imagen que se tenía del vaquero macho, duro, alegre, trabajador, resistente, apestoso, honesto, honrado... vaya, el punto máximo de la hombría varonil del macho hombre, ha venido a menos y prestado en consecuencia, a la chunga y la falta de respeto (si alguna vez lo hubo).
Y es que, ¿quién podría dejar pasar la oportunidad? En la pasada Expogan, había tanto vaquero urbano (que en su vida han visto un animal de campo y cuando lo ven piensan que son vacas sin cuernos, por referirse a los caballos), que de plano pensaba si no me había equivocado de lugar y estaba frente a aspirantes al casting para Brokeback mountain 2: the secret of El Cerro de la Campana.
Y más razón si los vaqueros urbanos son una mezcla de una herencia vaqueril vagamente recordada pero conservada gracias a los bailes cumbia-norteños, con esa moda actual de los metrosexuales (pinches putos le decimos en mi pueblo) de andarse cuidando de que el rimel no se les corra.
Así que si le pierdo el respeto a los sheros (los vaqueros urbanos, los cheros son los vaqueros rurales) es por que: primero, no se lo merecen; segundo, se lo buscaron; y tercero, chingue a su madre el politically correctness.
Ahora que viene la tan publicitada caravana del Cabalgando por Sonora, no dudo que ya habrá quienes comiencen a afilar la lengua y botanearse con los vaqueritos que vayan a participar en esa cabalgata. Yo lo lamento por los auténticos vaqueros y aquellos que de verdad viven, gozan y conocen en carne propia lo que es la vaquería, o al menos lo que de verdad saben lo que eso significa... van a sufrir la carneada que se haga de esos otros vaquero-metro-gay-sexuales... tómenlo con humor. La vida es muy horrible para tomársela en serio.
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